Le Forum Mer d’Alboran soutien la célébration du ‘Día Mundial de la Tapa’

Fernando Rueda, en su libro Gastroarte 2012, hace una introducción a este pequeño bocado gastronómico
Este jueves, 21 de junio, se celebra el Día Mundial de la Tapa, una iniciativa puesta en marcha hace ya cinco años por parte de la Asociación Saborea España que agrupa actualmente a 18 destinos turísticos convencidos de que la gastronomía española es un atractivo turístico de primer orden.
Así, desde el Foro Mar de Alborán también queremos mostrar nuestro apoyo a la conmemoración de este pequeño bocado gastronómico. Para ello, compartimos la introducción del libro ‘Gastroarte 2012’, cuyo autor es Fernando Rueda, coordinador del Foro, en el que da su particular visión sobre la tapa:
«La tapa es esa forma de filosofar la calle que no podría entenderse fuera del marco y de la mentalidad de mediterraneidad, asociada a vida al aire libre, a conceptos como ágora, plaza, zoco, mercado, feria, bazar, lonja; a esos espacios urbanos abiertos que –dado el clima- favorecen la sociabilidad: la reunión, la charla y nuestra peculiar forma de hablar (a gritos) y, de ello, deriva también la afición a comer en la calle y a lo que denominamos tapear.
Las tapas, dice el DRAE, son una pequeña porción de algún alimento que sirve como acompañamiento de una bebida; pero esta definición ya no tiene sentido. Creo, humildemente, que la tapa de hoy ha desbaratado la definición y es justamente, al contrario; no vamos a un lugar por el tipo de vino o cerveza que nos sirven, sino por las tapas que podemos elegir; es decir, son las bebidas las que hoy acompañan a las tapas. Otra de las paradojas de esa reinvención de nuestro tapeo.
El tapeo se ha reinventado porque tampoco es igual el hombre que se acerca hoy a un bar a tomar una cerveza o un vino que el que entraba a un mesón o una tasca al uso hace cincuenta años o, incluso, más. La tapa ha evolucionado y seguirá cambiando en la medida que no es una forma de comer, sino una manera -como se ha dicho más arriba- de entender la calle, la mediterraneidad y, como tal, lo que cambia no es su espíritu, sí su forma: de las tascas o los gastrobares, de la rodaja de embutido a la alta cocina en pequeñas porciones.
Los llamados gastrobares, los de verdad, pues como en todo se abusa de los nombres fácilmente, son algo así como restaurantes gastronómicos donde el menú lo componen tapas de diseño que se entienden como el prête à porter de la alta cocina. “Platitos” sugestivos, sugerentes e innovadores a precios atractivos para ese gran público que pondría pegas para entrar, y menos de forma asidua, a un restaurante de alta cocina.
La tapa es otra paradoja; la de hacer una cocina de manera distinta pero igual con nuestros productos de siempre: lo mejor de nuestras costas, de nuestras huertas y de nuestros campos y bosques, innovando en la manera de elaborarlos o presentarlos, con lo que el comensal se identifica con ellos y los encuentra cercanos; son, algo así, como los paisajes de Andalucía servidos en tapas. Precisamente por ello, las tapas son embajadoras de nuestra forma de ser y explican nuestros visitantes quienes somos por lo que comemos y cómo lo comemos… es decir, en tapas. Son otra forma y más divertida de conocer nuestras ciudades, picoteando de bar en bar, mientras se callejean las tapas hasta que el comensal se hace parte de ellas, de su realidad y de su teatralidad, convirtiéndose en protagonista y, en ese momento, ya no se es un turista, si no uno más de la ciudad que realiza ese acto de convivialidad y comensalidad que entendemos como parte de nuestra singular manera de entender el día, la calle y los amigos. Este tipo de tapeo ha reinventado, también, hasta la forma de hacer turismo.
Esos platos para liliputienses, que son las tapas, sean tradicionales, ya atrevidas, modernas o vanguardistas, son generadoras de extraordinario escaparate de estilos y productos gastronómicos de nuestra tierra. La clave del éxito de las buenas tapas está en el protagonismo que se le otorga al producto, calidad ligada a la tierra; pero, muy especialmente, porque han sabido transmitir ese sentimiento de placer, de creatividad, de reinvención, de arte, valores que consiguen diferenciar plenamente alimentarse de comer. No es saciar el apetito que reclama el cuerpo; es el placer de saber comer y beber, y el placer es un estado del espíritu.
Siempre cabría preguntarse cuál es el límite de la cocina y, por extensión, de la tapa y, siempre, se podría responder que es paralelo al de la creatividad humana: infinito».